ROBERTO BAÑOS VILLABA
DE CUERPO PRESENTE
DE CUERPO
PRESENTE
El cura
encargado de la misa y el responso, apenas había tenido tiempo de anotar el
nombre del difunto para repetirlo varias veces durante el oficio.
Llegada la
hora del evangelio, se refirió al gran momento que le tocaba vivir al recien
fallecido, ya que la muerte era una nueva vida para él, y sobretodo hizo hincapié en la
familia del finado. A ellos, les dirigió gran parte de su discurso, tratando de
transmitirles serenidad, confianza, resignación y paz.
Constantemente
se oían gimoteos a duras penas reprimidos. Los sollozos producían pena en los
asistentes, no en vano les traía a todos
la imagen del finado en sus mejores momentos mundanos. Su presencia en todo lugar y su ánimo alegre y
chistoso , estaba en el ambiente.
Era imposible
no dejarse llevar por los pensamientos que nos acercaban a momentos vividos con
el desaparecido. Sus frecuentes bromas, dinamismo, incluso sus infinitas ganas
de vivir (a menudo declaradas) y el departir con todos sus familiares, amigos y
conocidos.
Al cabo de
unos instantes, y casi sin darme cuenta, sonaban las palabras del cura como un
susurro de fondo, mientras comenzaba a reproducir mi último encuentro con él.
Me llamó a la
oficina un día de primavera para decirme que aquel día estaba bajo de moral y
que nos fuésemos a comer juntos. Durante la comida hizo un pequeño repaso a su
vida y a los muchos años que hacía que nos conocíamos. Me refirió sus últimos
problemas de salud y de sus miedos por lo que le pudiera pasar a él y el vacío
que sin duda produciría en su familia. Hacía tiempo que tenía la máxima de ser
vitalista día a día, y callar sus
temores para no producir inquietud y zozobra en su entorno.
Le calmé lo
que pude y reconvinimos que siempre hay que estar preparado para lo peor, hay
que hacer lo que hay que hacer sin eludir responsabilidad y vivir día a día,
tan intensamente como fuese posible, todos los momentos maravillosos que tiene
la vida junto a nuestros seres queridos.
Recordé la
comida, pues tras la charla filosófica, dimos paso al recuerdo de años vividos
y balances obtenidos. Al despedirnos nos dimos un fuerte abrazo, sellándolo con
un beso en la mejilla.
Estaba tan
absorto en mis pensamientos que no me había fijado en los demás asistentes a la
misa.
La mujer y
los hijos reflejaban en sus rostros un auténtico infierno interior, las cuencas
de los ojos hundidas y ennegrecidas a duras penas podían contener el llanto y
dolor, mientras sus manos se entremezclaban continuamente como para darse ánimo
y fortaleza.
El resto de
la familia permanecía en silencio, secando de vez en cuando con un pañuelo las
lágrimas que asomaban a sus ojos, así como alguno de sus amigos más allegados,
como era mi caso.
El final se
acercaba pues el cura rezó un responso y dijo en voz alta:
“Si alguno de
los presentes desea pasar por delante del finado, lo haga ahora, pues se va a
cerrar el féretro”.
Instintivamente
me moví y salí al centro de la Iglesia, cosa que fue secundada por otras
personas detrás de mí, y me encaminé lentamente hacia el ataúd.
Al llegar a
la altura de la cabeza miré el interior y noté como un fluido que subía a mi
cabeza y me golpeaba las sienes.
¡Allí con
cara cetrina y nariz afilada, estaba YO, con mi traje oscuro más querido, las
manos cruzadas sobre mi vientre, los ojos cerrados que impedían ver las
lágrimas contenidas en su interior y la boca cerrada de donde no podían salir
las palabras de cariño y fortaleza que me hubiese gustado decirles a todos,
recordándoles que les esperaba para una
infinita inmortalidad.
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