LA CAZA
Por Roberto Baños Villalba
Era un tipazo
de mujer imponente.
De unos 30
años, alta, exuberante, pelo castaño , de
profundos ojos verdes y boca grande. No obstante, y pese a ser a simple vista
tan guapa y atractiva, su mirada fría y calculadora, era capaz de dejar de
piedra a quien osara mirarla de frente.
Carol siempre
había sido una mujer enigmática para aquellos que la conocieron. Prácticamente
cada año trasladaba su residencia a otra ciudad, sin problemas de trabajo, ya
que le era muy sencillo obtenerlo, presentándose a aquellos puestos que se
anunciaban pidiendo secretarias de “alto nivel”.
Su
preparación, presencia y personalidad estaban tan armoniosamente equilibrados,
que de forma automática, su nombre era elegido en cualquier selección de
personal que hacía.
Vivía sola en
apartamentos que alquilaba en cada ciudad. No frecuentaba amistades de trabajo,
jefes ni vecinos, sino que acudía a las discotecas y clubs que suelen existir
en las grandes urbes, para conseguir personas con quien relacionarse.
Era poco
comunicativa y nunca se confió a otra persona amiga o colega para no entablar
ningún tipo de relación, por ello cuando abandonaba un lugar, nadie la echaba
de menos ni lamentaba su partida.
Caminaba
decidida por el aeropuerto buscando el mostrador de salida de su línea aérea
que la llevaría -otra vez- a una ciudad difer ente. Su equipaje era reducido, dos maletas que cargaba un mozo unos
pasos detrás de ella, un porta-trajes y un bolso de mano, amén de su coqueto
neceser de viaje.
Max era un
yuppie de 32 años, bien parecido, complexión atlética, bien educado y vistiendo
un traje de 800 dólares. Marcaba un paso grácil llevando un gabán al hombro a
guisa de alforja, mientras con la otra mano sujetaba un elegante maletín en el
que guardaba los papeles que requerían su presencia en Chicago para la firma de
un sustancioso contrato de publicidad.
Estaba de
suerte: el Presidente de su compañía le había dado plenos poderes para estampar
la firma en aquel contrato tan importante que le llevaría a la Vicepresidencia
de la entidad en breve plazo. Sus años de esfuerzo se verían recompensados y su
situación, ahora nada mala, se elevaría a cotas increíbles para un ejecutivo de
su edad.
Tenía
reservada una suite en uno de los mejores hoteles, y un abanico de tarjetas de
crédito oro, se alineaban perfectamente dentro de su billetera. Por si acaso, y
por posibles imprevistos portaba 5.000 dólares en efectivo.
Max, un
soltero al que se rifaban las mujeres, sentía un placer especial al realizar
viajes como aquel. Salir de su entorno habitual se convertía en una aventura
hacia lo desconocido que le subyugaba por aquello del encanto de lo misterioso.
En viajes
parecidos había conocido a grandes mujeres y pasado los ratos más inolvidables
que él recordaba, por ello su fibra de Don Juan estaba muy sensibilizada y a
flor de piel.
Mientras
Carol se acercaba a la puerta de embarque, una vez facturado el equipaje, y
verificado su asiento 15B no pudo evitar que su mente repasase a velocidad de
vértigo sus últimos ocho años, como si quisiera añadirles un apéndice antes de
archivarlos.
Rememoró por
orden cronológico los pisos que ocupó en las diez ciudades en que vivió y las
amistades masculinas que tuvo. Una leve sonrisa entreabrió sus labios
apretados, mientras un placer intenso y voluptuoso recorrió su cuerpo al
recordar a Fred, Bob, John, Charles, Víctor, Don, Hugh, Peter, etc., así hasta
doce nombres y cómo se revolvían dando sus últimos estertores antes de acabar
con cada uno de ellos.
Unos
descuartizados, otros acuchillados, otros masacrados y empapados en su propia
sangre, mostrando todos ellos una cara de incredulidad ante su presencia, como
si no creyeran lo que sus ojos veían. Y los lugares eran de lo más dispares: en
el baño, en la cocina, desnudos sobre la cama, etc.
Después: su
minuciosa y concienzuda eliminación de huellas, cigarrillos, restos de comida y
bebida, que unido a la perfecta elección de un sitio aislado, y su escaso
conocimiento de las víctimas, hacían que sus crímenes terminaran por ser
declarados “homicidios no resueltos” por parte de la Policía .
Su mente enfer ma y torturada le trajo sin esfuerzo las vivencias que tuvo de pequeña,
cuando un grupo de jóvenes la violaron a la salida del colegio. Desde entonces,
un mal e insano deseo de venganza se apoderó de ella hasta el punto de querer
exterminar a los hombres, a los que primeramente debía seducir antes de
sacrificarlos.
Tranquila,
ocupó su asiento en el avión y se abrochó el cinturón.
Max apareció
por la puerta del DC10 buscando el asiento 15A.
Desde lejos
la vio y abrió los ojos enmarcando una agradable y seductora sonrisa.
Dejó el gabán
y el maletín en el compartimiento superior y sentándose a su lado le dijo:
Señorita, mi nombre es Max, es un privilegio ser el compañero de viaje de
alguien tan encantador como Ud. Si es la primera vez que visita Chicago me ofrezco
para enseñarle la ciudad, como su guía particular …........
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