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miércoles, 19 de febrero de 2014

ROBERTO BAÑOS VILLALBA: La caza





LA CAZA


Por Roberto Baños Villalba


Era un tipazo de mujer imponente.

De unos 30 años, alta, exuberante, pelo castaño, de profundos ojos verdes y boca grande. No obstante, y pese a ser a simple vista tan guapa y atractiva, su mirada fría y calculadora, era capaz de dejar de piedra a quien osara mirarla de frente.

Carol siempre había sido una mujer enigmática para aquellos que la conocieron. Prácticamente cada año trasladaba su residencia a otra ciudad, sin problemas de trabajo, ya que le era muy sencillo obtenerlo, presentándose a aquellos puestos que se anunciaban pidiendo secretarias de “alto nivel”.

Su preparación, presencia y personalidad estaban tan armoniosamente equilibrados, que de forma automática, su nombre era elegido en cualquier selección de personal que hacía.

Vivía sola en apartamentos que alquilaba en cada ciudad. No frecuentaba amistades de trabajo, jefes ni vecinos, sino que acudía a las discotecas y clubs que suelen existir en las grandes urbes, para conseguir personas con quien relacionarse.


Era poco comunicativa y nunca se confió a otra persona amiga o colega para no entablar ningún tipo de relación, por ello cuando abandonaba un lugar, nadie la echaba de menos ni lamentaba su partida.

Caminaba decidida por el aeropuerto buscando el mostrador de salida de su línea aérea que la llevaría -otra vez- a una ciudad diferente. Su equipaje era reducido, dos maletas que cargaba un mozo unos pasos detrás de ella, un porta-trajes y un bolso de mano, amén de su coqueto neceser de viaje.

Max era un yuppie de 32 años, bien parecido, complexión atlética, bien educado y vistiendo un traje de 800 dólares. Marcaba un paso grácil llevando un gabán al hombro a guisa de alforja, mientras con la otra mano sujetaba un elegante maletín en el que guardaba los papeles que requerían su presencia en Chicago para la firma de un sustancioso contrato de publicidad.

Estaba de suerte: el Presidente de su compañía le había dado plenos poderes para estampar la firma en aquel contrato tan importante que le llevaría a la Vicepresidencia de la entidad en breve plazo. Sus años de esfuerzo se verían recompensados y su situación, ahora nada mala, se elevaría a cotas increíbles para un ejecutivo de su edad.

Tenía reservada una suite en uno de los mejores hoteles, y un abanico de tarjetas de crédito oro, se alineaban perfectamente dentro de su billetera. Por si acaso, y por posibles imprevistos portaba 5.000 dólares en efectivo.

Max, un soltero al que se rifaban las mujeres, sentía un placer especial al realizar viajes como aquel. Salir de su entorno habitual se convertía en una aventura hacia lo desconocido que le subyugaba por aquello del encanto de lo misterioso.

En viajes parecidos había conocido a grandes mujeres y pasado los ratos más inolvidables que él recordaba, por ello su fibra de Don Juan estaba muy sensibilizada y a flor de piel.

Mientras Carol se acercaba a la puerta de embarque, una vez facturado el equipaje, y verificado su asiento 15B no pudo evitar que su mente repasase a velocidad de vértigo sus últimos ocho años, como si quisiera añadirles un apéndice antes de archivarlos.

Rememoró por orden cronológico los pisos que ocupó en las diez ciudades en que vivió y las amistades masculinas que tuvo. Una leve sonrisa entreabrió sus labios apretados, mientras un placer intenso y voluptuoso recorrió su cuerpo al recordar a Fred, Bob, John, Charles, Víctor, Don, Hugh, Peter, etc., así hasta doce nombres y cómo se revolvían dando sus últimos estertores antes de acabar con cada uno de ellos.

Unos descuartizados, otros acuchillados, otros masacrados y empapados en su propia sangre, mostrando todos ellos una cara de incredulidad ante su presencia, como si no creyeran lo que sus ojos veían. Y los lugares eran de lo más dispares: en el baño, en la cocina, desnudos sobre la cama, etc.

Después: su minuciosa y concienzuda eliminación de huellas, cigarrillos, restos de comida y bebida, que unido a la perfecta elección de un sitio aislado, y su escaso conocimiento de las víctimas, hacían que sus crímenes terminaran por ser declarados “homicidios no resueltos” por parte de la Policía .

Su mente enferma y torturada le trajo sin esfuerzo las vivencias que tuvo de pequeña, cuando un grupo de jóvenes la violaron a la salida del colegio. Desde entonces, un mal e insano deseo de venganza se apoderó de ella hasta el punto de querer exterminar a los hombres, a los que primeramente debía seducir antes de sacrificarlos.

Tranquila, ocupó su asiento en el avión y se abrochó el cinturón.

Max apareció por la puerta del DC10 buscando el asiento 15A.

Desde lejos la vio y abrió los ojos enmarcando una agradable y seductora sonrisa.


Dejó el gabán y el maletín en el compartimiento superior y sentándose a su lado le dijo: Señorita, mi nombre es Max, es un privilegio ser el compañero de viaje de alguien tan encantador como Ud. Si es la primera vez que visita Chicago me ofrezco para enseñarle la ciudad, como su guía particular …........




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