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jueves, 3 de abril de 2014

MANUEL BUENDIA: Amor de feria




AMOR DE FERIA



“Me llamo Elena, soy de Barcelona, pero vengo todos los años para la feria a ver a mi prima”- Estaban en la caseta del tiro al pichón – nunca supe por que le llamaban así – su amigo Ramón y él con esas dos bellezas. Ramón estaba coladito por la prima de Elena, Carmen, y fue la ocasión ideal para acercarse a ellas, ya que era la primera noche de fiestas, la que en el pueblo llaman “la noche de la pólvora”.

Era evidente que a las chicas también les gustaban ellos, ya que no tuvieron ningún reparo en subir por parejas a los coches de choque. Después hubo una especie de tour por el tren de la bruja, la noria, el barco pirata y la competición de bombarderos, en las que ganaron dos botellas de sidra que se bebieron con alegría en un banco de la zona más oscura del parque. Al despedirse quedaron para el día siguiente y se besaron en la mejilla rozándose tímidamente los labios.

La noche siguiente fue parecida a la anterior, pero en todas las actividades las parejas estaban ya más perfiladas: Ramón y Carmen se gustaban en secreto desde hacía tiempo, y no ocultaban la atracción que sentían el uno por el otro; a mitad de la noche, y entre dos casetas, se besaron, y de vez en cuando se cogían las manos. Por su parte Antonio y Elena no paraban de reír y de hablar. Elena, acostumbrada al ambiente de una ciudad como Barcelona, jamás habría imaginado que en un pueblo podría encontrar a un chico como Antonio: Divertido, sensible, culto, y además no era feo. Antonio le hablaba de música rock, de literatura y de comix, y ella lo escuchaba y observaba con una mezcla de admiración y perplejidad.

MANUEL BUENDIA: la tragedia de Kalémeras y su incierto final




LA TRAGEDIA DE KALÉMERAS Y SU INCIERTO FINAL


Poco sabemos a ciencia cierta acerca de la mayoría de los personajes históricos de la antigua Grecia, pues incluso las obras de la mayoría de los autores helenos han llegado a nosotros a través de traducciones latinas y posteriores. Además debemos tener en cuenta que las obras literarias clásicas se alimentan de leyendas en las que la ficción ocupa una muy relevante influencia.
La primera referencia acerca de Kalémeras la tenemos en una tragedia de un autor menor de la época helenística: Acceón de Pérgamo y la obra en cuestión es: Pitia. En el segundo acto de la obra, después de la descripción y presentación del Oráculo de Delfos, encontramos el siguiente fragmento:

Kalémeras: Oh  Apolo! Dios de la luz y la verdad. Yo que he recorrido todas las tierras conocidas desde Persia hasta las columnas de Heracles, allá donde se dice que estuvo la Atlántida. Yo que he luchado en cien batallas y recorrido los 7 mares, al igual que antes lo hicieron Odiseo, Jasón y el mismo Heracles.  Heme aquí en tu templo de Delfos para rogarte que me ayudes a acabar con la maldición que tu padre Zeus lanzó sobre mí.
Entra la sacerdotisa Pitia.
Pitia: Bienvenido al templo del Oráculo forastero. Soy Pitia la sacerdotisa intérprete de los Augures.  ¿Has hecho el sacrificio a Apolo?  ¿Vienes limpio en tu cuerpo y en tu alma?
Kalémeras: Si Pitia! Sacrifiqué un ternero y dos cabras, liberé dos esclavos y he hecho mis abluciones en la fuente sagrada.
Pitia: Y dime: ¿quién eres?
K: Soy Kalémeras, el último rey de Creta si tu no lo remedias.
P: Te conozco Kalémeras, tu fama te precede, has tenido más de 100 esposas y concubinas. Tu promiscuidad es conocida en todas las islas del Egeo, en la Magna Grecia, en Tracia, Lidia y el Peloponeso. También sé que Zeus te maldijo porque no pudo yacer con una doncella Lidia de la que se había encaprichado y a la que tú seduciste. Sé que Zeus pidió a Deméter, la diosa de la fertilidad, que esterilizara a todas las mujeres Griegas que yacieran contigo y así privarte de la descendencia a tu trono.  Y dime: ¿qué quieres del Oráculo?

martes, 1 de abril de 2014

ROBERTO BAÑOS VILLALBA: Reproducción




REPRODUCCIÓN

Llevaba un gran rato dentro del coche observando la movida.

Era una calle céntrica y relativamente bien iluminada. Unas mujeres de “vida fácil” atendían solícitamente a los conductores que paraban a su altura. Ellas metían la cabeza hacia el conductor y hablaban con él. En caso de ponerse de acuerdo, entraban acto seguido en el interior del coche y desaparecían de la escena.

Pensaba en la cantidad de hembras guapas y exuberantes que era frecuente ver por estos barrios. Desde luego, nadie diría por su aspecto externo que fueran prostitutas, pero lo cierto es que la invasión de mujeres en el último año era realmente espectacular.

El aspecto que ofrecían era un tanto similar. Morenas de piel, pelo color azabache, ojos oscuros, boca grande, labios carnosos y un cuerpo realmente escultural. Tal vez de otro país. Graciosamente, todas usaban un elemento en común. Llevaban en el tobillo una fina cadenita de oro a guisa de pulsera, que si bien no era cosa peculiar para detectar, no se le había escapado a nuestro observador personaje.