BEST SELLER
Leyó una vez
más todo el texto.
Verdaderamente,
pensó, será el libro que una vez más me permita acceder a uno de los más
importantes premios instituidos de la Nación.
Para un
escritor, no hay nada más importante que ganar premios. De esa forma, las
editoriales cuentan con uno. Se gana dinero -no digamos nada si luego se lleva
al cine-. Y la fama que se adquiere entre los lectores hace que cada vez que se
edita algo nuevo, se lancen a su compra e incluso lo comenten boca a oído, aún
cuando en realidad no pase de ser un mediocre libro, novela, ensayo, etc.
Estaba
satisfecho y orgulloso, no en vano ya hacía más de dos años que no acaba nada
que mereciese la pena, y ahora, con este motivo, serviría para resurgir con
fuerza de entre las cenizas en las que estaba sumergido por culpa de su poca
imaginación y por la vaguería a la que había llegado.
Este best seller
no podía dejarlo ir, ya que significaría pasar de nuevo por lo menos otros dos
años de buena vida, debido a sus beneficios.
Ya se veía en
la Gala de Premios, vestido de esmoquin, y sabiéndose finalista.
Si a esto
añadimos su amistad con un par de miembros del Jurado que fallaría el premio, y
a los que ya había descubierto su seudónimo, estaba seguro de que ganaría.
Es necesario
explicar que en esa noche de fallo de un concurso, las sensaciones de los
seleccionados son muy distintas.
Así, en el
caso de los noveles, sus nervios los delatan, ya que no son capaces de
dominarlos. Se juegan mucho, tal vez varios años de vivir casi como bohemios sin
recursos, incomprendidos por el resto de las personas, que no son capaces de
creer en ellos si no es en base a un premio de rango importante.
Es entonces,
sólo entonces, cuando los editores se acuerdan de ellos, de las veces que
llamaron a su puerta y no les abrieron.
En el caso de
escritores no primerizos, las sensaciones varían.
Sufren por
repetir éxitos y no perder su ya lejana popularidad. Significa relanzamiento y
credibilidad para, aprovechando ese momento, editar otros libros que han
escrito últimamente y que no tienen editor que los patrocine.
Henchido de
confianza, y rebosando alegría por los cuatro costados, nuestro escritor se
encaminó al salón de su casa .
Su cara se
tornó hosca y agria, y poniendo una voz grave, se dirigió a un joven que fumaba
nerviosamente sentado en el sillón.
-
Bueno Peláez, no
está del todo mal. Deberé, como puedes suponer, hacer innumerables retoques,
amén de cambiar el título. No espero conseguir sino gastar dinero en balde.
¿Cuánto me vas a cobrar esta vez?. Peláez, nervioso, le contestó con voz casi
imperceptible:
-
¿Le parece bien 750€?
-
Dejémoslo en 500€
-le interrumpió nuestro escritor- me va a llevar mucho tiempo arreglarlo para
posiblemente sacar ¡nada!.
-
Bien de acuerdo
-dijo Peláez-.
No hay comentarios:
Publicar un comentario