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viernes, 28 de febrero de 2014

ROBERTO BAÑOS VILLALBA: Malas artes




MALAS ARTES

Era una noche oscura y cerrada.

Caminaba con paso rápido, mirando con el rabillo del ojo a ambos lados con miedo de encontrarme con cualquier asaltante nocturno. No era raro en aquel barrio neoyorkino toparse con tipos raros y malintencionados.

Al llegar a aquel callejón y mirar como los anteriores, me recorrió un escalofrío de pies a cabeza.

Era negro y mal iluminado. Las sombras de las escaleras de emergencia que cada casa tenía, semejaban patas de grandes arañas adheridas a las fachadas, como si treparan.

A unos pocos metros había unos grandes contenedores de basura y entre ellos, me pareció ver un maniquí desechado por un taller de modista, el cual por voluminoso, suele quedar fuera de cualquier cubo de basura.

Atraído por una morbosa curiosidad me paré y aproximé un par de metros, escudriñando en la oscuridad para cerciorarme de que era un maniquí.


Me quedé casi sin sangre en las venas: ¡No!, no era un maniquí, era un cuerpo humano. Me aproximé aún más hasta llegar a él.

Estaba con el cuerpo boca abajo y la cabeza vuelta hacia arriba. Las piernas en direcciones opuestas, como formando una pirueta, y uno de los pies sin zapato; lo busqué con la vista y lo encontré como a cuatro metros. Estaba de pie y sus cordones aún portando el nudo, estaban partidos a la mitad.

Era de mediana edad, de complexión atlética y pelo entrecano. Me fijé en su pecho y observé que estaba excesivamente abultado. Toqué la camisa que lo cubría y a mi contacto cedió, casi por completo, como si hubiese desinflado un globo. En ese momento comprobé que la caja torácica también se había visto afectada.

Las costillas estaban comprimidas y algunas de ellas al quebrarse, habían traspasado la carne quedando sus puntas como banderillas invertidas.

Un vaho ascendía del pecho sanguinolento.

Definitivamente, no hacía mucho que estaba allí.

Un suicida es una cosa un tanto común -me dije-, si bien no todos los días puede uno ser observador de primera mano.

Tenía la cabeza totalmente destrozada; no me cupo duda de que había impactado contra el suelo. Miré hacia lo alto del edificio, tal vez una caída, un suicidio, pensé. No vi nada especial que me indicase el motivo.

El golpe sobre la parte derecha de la cara, había originado el estallido del ojo. Su cuenca ahora vacía dejaba un hilo de sangre de diferente olor a la que manaba por el cráneo. Éste se había cascado como un coco, desencajando la mandíbula y nariz, produciendo un escalón de ceja a ceja de unos quince centímetros.

Un pequeño charco de sangre se había acumulado bajo el cráneo, donde un amasijo de sangre y pelo había hecho una caprichosa cresta “punky” que se adhería al suelo y que daba al conjunto una gran desproporción.

Asimismo, las piernas también habían sufrido con el golpe. La izquierda se había quebrado por el muslo y la derecha tenía la rodilla con fractura, al igual que el tobillo del mismo lado.

Por momentos el charco de sangre se fue agrandando bajo él, hasta el punto que, mientras me fijaba en los detalles, apenas tuve tiempo de echarme hacia atrás para no ver mis zapatos sumergidos en medio de ella.

A pesar de aquella grotesca visión, seguí queriendo captar algo que me indicase el motivo de esa caída. Su cara irreconocible, no podía mostrarme nada.

Fue tan sólo un detalle el que me descubrió la terrible realidad.


De la manga de su traje, ahora un tanto remangada, asomaba un cartón. Sin pensarlo dos veces lo cogí: era de arabescos azules; le di la vuelta, y mis ojos alumbrados por un rayo de luna vieron: ¡¡¡¡¡ un AS de corazones rojo !!!!


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