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miércoles, 19 de febrero de 2014

ROBERTO BAÑOS VILLALBA: Un gran trabajo






UN “GRAN TRABAJO”


Por Roberto Baños Villalba


Caía un chirimiri como de costumbre.

Estaba ya bastante harto de esperar y se encontraba incómodo por estar ya calado, a pesar de su chubasquero, y (POR) tener ganas de ir al baño.

Sentía en la cabeza una euforia fuera de lo normal y un calor interior debido a las tres copas de coñac que había ingerido mucho antes. No estaba borracho pero se sentía como un león capaz de enfrentarse a otra alimaña.

Debido a los vapores etílicos, le palpitaban las sienes y le traían una serie de rápidas imágenes de su infancia y juventud muy azarosas por cierto.


Su carácter introvertido y cerrado, debido a la carencia de estudios, le hizo crecer como un bicho raro en medio de una sociedad a la que odiaba no entendía.

Todos sus actos tenían un denominador común: falta de cerebro. Sin afán por trabajar, en el caso de encontrar algún puesto, era lo suficientemente incapaz como para no pasar ni el periodo de prueba. En otros casos era su misma personalidad la que le autoexcluía de integrarse para salir adelante.

Su formación religiosa no existía. Tan sólo un rencor alentaba dentro de su corazón y éste era tan fuerte como para cerrar sus ojos ante la razón o la misericordia.

Con una persona así, es fácil pensar cuál sería su tipo de amistades, o mejor sería decir de conocidos.
Gentes sin ninguna ambición, resentidos sociales y paranoicos, cuyas mentes vacías eran campo abonado para ser intoxicadas con ideas introducidas por terceros.

Pensó en su vida errante en los últimos tres años yendo de un lado para otro, manteniendo contactos con personas en circunstancias parecidas a las suyas. Su asistencia a reuniones privadas en donde los que acudían eran obsequiados con charlas patrióticas y de las cuales salían no sólo enfervorizados sino sintiendo que más o menos eran la salvación de su pueblo, y prometiéndoles si no la inmortalidad, un estatus de hombre eminente, temido y respetado.

A cambio de todo lo que se esperaba de ellos, dinero no les faltaría. Su vida debería transcurrir de forma gris y en continuo cambio de residencia. Le darían entrenamiento. Tan sólo que su nombre de pila pasaría a partir de ese momento a segundo término y se les pondría un apodo o nombre de guerra que les haría pasar a la historia.

El paso del tiempo le demostró que muchas de las promesas se habían cumplido, pero su coste había sido excesivamente alto, ya que su vida, de por sí anodina, se había convertido en una tragedia, hasta el punto que no le era fácil conciliar el sueño debido a las pesadillas que sufría.

Pasó de la pubertad a la mayoría de edad con el estómago contraído y con la desesperación propia de los marginados que se saben ya excluidos de toda participación ciudadana. Su forma de pensar y el tipo de vida escogido no le daban la oportunidad de cambiar su talante. Antes bien, y a falta de otros estímulos, se auto alentaba para no verse caer en el abismo que tenía abierto a sus pies y cuya boca negra le esperaba para engullirle, cosa que más tarde o más temprano pasaría inexorablemente.
Sin embargo, las arengas de sus dirigentes permanecían en su pequeño cerebro sonando insistentemente y no le dejaban tiempo para pensar. De sus amigos mas allegados, el que no había muerto de forma violenta, estaba pagando con creces sus años de locura imparable. Sabía que cualquier día le tocaría a él, pero parecía no importarle demasiado, ya que al fin y al cabo no veía futuro a su vida.

Miró su reloj y comprobó que eran las 8:30.

Su mirada se fijó en el portal número 14 de aquella calle y en ese instante vio a la persona que estaba esperando.

Venía con una gabardina oscura e intentaba controlar a dos niños de corta edad que pugnaban por escaparse. Tomaron la acera de la derecha camino de la escuela que había unas manzanas más arriba.

Salió detrás de ellos con paso rápido. Al llegar a la esquina, el hombre se paró ante el semáforo en rojo y en ese momento ya previsto, aceleró el paso hasta colocarse justo detrás.

Lo que pasó a continuación fue en décimas de segundo.

Sacó de su bolsillo una pistola y colocándola en la nuca del hombre, disparó hasta tres veces seguidas, sin darle tiempo a que cayera.

El ruido que produjo fue seco y fuerte, produciendo un enorme agujero que salpicó de sangre su mano y parte del puño del chubasquero. Nada más tocar el cuerpo el suelo y quedar como un guiñapo, utilizó un acto reflejo que le habían enseñado durante su entrenamiento. Dirigió  de nuevo el arma hacia el pecho y apretó el gatillo una vez más. No habría hecho falta, pues el cuerpo estaba ya sin vida antes de tocar la acera, pero era la forma de asegurarse de que su “trabajo” estaba finalizado.

La escena que comenzó una vez terminados los disparos fue impresionante. Los niños rompieron a llorar y a gritar desesperadamente mientras contemplaban a su padre en un gran charco de sangre, y cuya cara difícilmente podían reconocer.

El autor salió corriendo como un desesperado y varias calles más allá se detuvo delante de un coche en marcha que llevaba en su interior otros dos individuos con pasamontañas.

Abrió la puerta, lanzándose a su interior, al tiempo que el coche arrancaba velozmente.

Si alguien hubiera estado cerca habría escuchado la exclamación que lanzó: ¡GORA ETA!.

En las siguientes 48 horas sucedió de todo :
-                     Casi todos los partidos políticos del país manifestaron su “enérgica repulsa” al acto cometido.
-                     El periódico EGIN confirmó que el asesinato se lo atribuía ETA.
-                     Un curita de pueblo que debería hablar de Dios y de amor a los semejantes, dijo que había opresión y persecución para ciertos movimientos libertarios de algunos de sus ciudadanos.
-                     El Cuerpo de Correos se declaró en huelga durante una semana por el asesinato de uno de sus empleados que nada tenía que ver con la política y menos con bandas armadas.
-                     La viuda y sus hijos hacían las maletas para regresar al pueblo  del que provenían. No sabía aún que cuatro años después seguiría en querella con el Estado por no tener arreglada la indemnización por el asesinato.
-                     El asesino, se emborrachaba en un cutre bar, eufórico por su hazaña, ya que se había puesto por delante en muertes, de sus colegas y su apodo empezaba a ser más sonado.
-                     Los ciudadanos de aquel país leían los periódicos y decían eso de “jo, otro más” y pasaban las páginas para buscar el programa de televisión de ese día.
-                     A cumbre de ETA y sus diputados oficiales, se retorcían de risa mientras escuchaban a los políticos decir eso de “ETA está en las últimas”, y “no negociaremos jamás con la barbarie”.
-                     Dios -nuestro Dios y no otro- acogía el alma del fallecido en su seno y sus ojos de Juez implacable se dirigían al país, España, para mandarnos lo que nos merezcamos.





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