HOTEL
Por Roberto Baños Villalba
Aquel Hotel
tenía un trajín casi continuo.
Clientes de
todas clases y condiciones se mezclaban en idas y venidas preguntando por alguien,
buscando la centralita de teléfonos, pidiendo información, pagando la cuenta,
localizando la cafetería, saliendo y entrando por las puertas de los ascensores
o caminando hacia un salón de reuniones.
Entre todo
aquel revoltijo de gente y maletas, había algo que hacía que aquella Torre de
Babel no se desmoronase. Era el personal del Hotel, que diligentemente y como si
de una tarea mecánica se tratase, distribuía, indicaba u ordenaba recoger un
determinado equipaje, etc., para que cada cliente fuera apaciguándose y “la
puré” (término hotelero que significa estar justo en el momento álgido de más
trabajo ) pasara, ya que a continuación vendría la calma, y el trabajo sería
más reposado una vez que estuviesen en el lugar que deseaban.
No les
exageraría si les digo que todas, absolutamente todas las profesiones, oficios
y condiciones sociales, tales como: malhechores, asesinos, gángsters,
políticos, artistas, eclesiásticos, drogadictos, adúlteros, ladrones, sádicos,
terroristas y un largo etcétera, son
parte de la clientela de un Hotel, que se amalgama entre los turistas y el
huésped normal asiduo o circunstancial.
Se entremezclan
de tal forma, que es imposible a simple vista, poder decir en un momento
determinado con quién viajamos en un ascensor de la planta baja al piso 10.
Resulta
divertido, cuando ocurre un suceso extraordinario con intervención de la
policía, ver las caras del propio personal cuando conoce los detalles y los
asocia con tal o cual cliente que puede ser habitual o con el que tan sólo se
han cruzado unas palabras pero que nos viene a la memoria.
Mister
Oliver, era un técnico extranjero de tipo medio, al que su empresa había
comisionado para que viniese a Madrid para ver
una fábrica que en breve pensaban comprar y diese su dictamen técnico de
utilización. El viaje era tan sólo de 48 horas.
Apenas
llegado al Hotel por la mañana, deshizo el equipaje y se dirigió a su cita
concertada de antemano. Una vez celebrada aprovechó para hacer la inspección de
talleres, y de esa forma tener un tiempo libre bien esa tarde o al día
siguiente, antes del viaje de regreso.
No hay
exactitud en los datos de lo que pasó
entre las 19:00 y las 03:30
horas de la madrugada.
¿Quizá llamó
requiriendo los servicios de una señorita?. ¿Quizás encontró a una joven , y
con ella entró en el Hotel sin que nadie detectara su presencia debido al
jaleo?. ¿Es posible que le echaran alguna droga en la bebida que tomaron en la
habitación, ya que la cuenta del servicio de pisos era considerable?.
Lo auténticamente
cierto es que a las 03:31
horas, un cliente llamó a Recepción diciendo que cerca de su habitación, se oía
un gran escándalo con voces y golpes.
Se personan
en el piso el vigilante y el recepcionista de noche, los cuales quedan un tanto
sorprendidos por el cuadro que contemplan.
Mr. Oliver,
totalmente ebrio y en paños menores, se encuentra en la habitación gritando,
mientras con la mano derecha tiene asida a una joven prostituta por la
garganta.
El ventanal
de la habitación está roto. Uno de los pedazos de crista l desprendido está en el suelo manchado de sangre, ya que al caer a
segado el tendón de Aquiles del cliente -cosa que se sabrá más tarde-, por lo
que anda cojeando entre un charco de sangre que va dejando al caminar.
La mujer
medio desnuda, grita desencajada diciendo que la quería tirar por la ventana.
Una vez
apaciguados por el personal del Hotel, se procede a acompañar al cliente al
Hospital donde se le cose el tendón en tanto le hacen de intérprete.
La mujer
insiste en poner una denuncia contra el cliente por intento de asesinato.
Mr.Oliver pide que no le denuncie y dice que le
pagará así como al Hotel, por los daños ocasionados en la habitación, y que se
abstengan en el Hotel de mantener correspondencia con él por ser persona casa da. No acierta a comprender qué le ha pasado ni cómo. Es una persona
pacífica y normal. No desea que este suceso se conozca en su empresa. Incluso a
él le resulta increíble lo ocurrido.
Sobre las
ocho de la mañana el cliente regresa al Hotel con la cara descompuesta, barba
crecida, ropa sudada y sucia, con un pie vendado y metido en el zapato a guisa de
chancla. Abona su cuenta con la tarjeta de crédito, hace su pequeño equipaje y
toma un taxi para el aeropuerto.
Acaba de
hacerse el primer cambio de turno de personal y ya el episodio va de boca en
boca. Comienzan los recuerdos de coincidencias del Sr. Oliver y se empieza a
recomponer el puzle.
Durante todo
el día en el Hotel no se habla de otra cosa.
Tres días más
tarde se ha olvidado por completo el suceso.
¡Ya hay otro
difer ente que acapara la atención!.
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