REPRODUCCIÓN
Llevaba un
gran rato dentro del coche observando la movida.
Era una calle
céntrica y relativamente bien iluminada. Unas mujeres de “vida fácil” atendían
solícitamente a los conductores que paraban a su altura. Ellas metían la cabeza
hacia el conductor y hablaban con él. En caso de ponerse de acuerdo, entraban
acto seguido en el interior del coche y desaparecían de la escena.
Pensaba en la
cantidad de hembras guapas y exuberantes que era frecuente ver por estos
barrios. Desde luego, nadie diría por su aspecto externo que fueran
prostitutas, pero lo cierto es que la invasión de mujeres en el último año era
realmente espectacular.
El aspecto
que ofrecían era un tanto similar. Morenas de piel, pelo color azabache, ojos
oscuros, boca grande, labios carnosos y un cuerpo realmente escultural. Tal vez
de otro país. Graciosamente, todas usaban un elemento en común. Llevaban en el
tobillo una fina cadenita de oro a guisa de pulsera, que si bien no era cosa
peculiar para detectar, no se le había escapado a nuestro observador personaje.
Llegaba la
hora de la “canita al aire” que había decidido echar. Jaime eligió la última de
las tres mujeres que había en la acera, arrancó el coche y lentamente vio cómo
se acercaba a él la figura escogida.
No se había
equivocado: de las tres, era la que tenía mejor tipo, y como el resto de
compañeras exhibía la cadenita de oro. En ese momento llegó a su altura y paró,
dejando el motor en marcha.
-¡Hola guapo!
-inquirió la mujer.
-¡Hola! -contestó
Jaime (al tiempo que intentaba averiguar, por el tono de voz, su país de
origen).
-¿Quieres
pasarlo bien?
-¿Y cómo
estás segura de que lo pasaré bien? Preguntó casi agónico.
-Porque puedo
hacer cosas como ésta -respondió ella- y sin mediar una palabra, introdujo la
mitad de su cuerpo a través de la ventanilla del coche y sus grandes labios
buscaron los de Jaime para plantar en ellos un apasionado beso.
Cogido por
sorpresa, no pudo articular palabra, tan sólo notó como su boca se abría por la
presión de la de ella, sintiendo como la lengua penetraba en su boca.
El contacto
fue desagradable pues era bastante viscosa y áspera, tan sólo soportada por un
sabor dulzón. De repente, sintió como si la lengua de la mujer creciera por
momentos y percibió como si una breva llenase su boca impidiéndole respirar.
Al no poder
hacerlo, intentó inhalar aire, y aquel bulto pasó rápidamente a través de su
tráquea como si fuese una bocanada de humo, hasta su estómago.
Todo ocurrió
en un instante que apenas le dejó pensar en lo que pasaba. Cuando se medio percató,
la maciza mujer estaba ya de pie en la acera. Se sentía tan turbado y confuso
que instintivamente y sin decir palabra, metió la primera y rápidamente se
alejó del lugar.
Jaime abrió poco a poco los ojos y se llevó la
mano a la frente. Veía borroso y sentía dolor en la sien derecha. Oyó una
conversación en voz baja y se quedó quieto, intentando escucharla.
Su tía
hablaba con un señor que guardaba un fonendoscopio en un maletín.
-Mire doctor.
La vecina me llamó porque vio la puerta del apartamento de mi sobrino abierta,
se asomó y le encontró tendido en el suelo sobre un charco que en principio
pensó que era sangre, pero que afortunadamente no fue así. Me presenté
enseguida y entre las dos lo acostamos y limpiamos el suelo en espera de que
Ud. llegase, pensando:
-¿Habrá sido
algún corte de digestión?.
-¿Estaba
borracho mi sobrino?.
-¿ un
infarto?.
Ya ahora,
estoy más tranquila pensando que en un par de días estará como nuevo. Gracias
por todo, ya le tendré informado de su evolución.
Le despidió
en la puerta y regresó a la cama de Jaime.
¡Vaya susto
que me has dado Jaime! -le dijo cariñosamente-, estarás bueno pronto, según me
dice el doctor, ahora descansa y yo te arreglaré mientras la casa . Procura dormir y no te preocupes de nada.
Jaime inclinó
dulcemente la cabeza y mientras ésta caía hacia el lado de la puerta, sus ojos,
ya invadidos por un sopor previo al sueño, se pararon en una gran mancha que
había en medio de la habitación con signos de haber sido quitada no mucho
antes. Su cerebro no le señaló nada anormal y sus párpados se cerraron ya que
se sumergía en un profundo sueño.
Tal vez si su
consciencia se lo hubiese permitido, cuando llegó a su casa tambaleándose y le sobrevino aquel vómito que dio con su cuerpo en el
suelo, perdiendo el sentido, habría quedado helado de miedo al ver cómo, de
aquel charco de restos y babas, emergía una bola que se fue agranda ndo hasta alcanzar una altura de casi un metro setenta y cinco, y una
vez erigido, se moldeó hasta convertirse en una figura de mujer: morena de
piel, pelo azabache y ojos oscuros, de boca grande y cuerpo escultural, y que
curiosamente llevaba una cadenita de oro en el tobillo.
Una vez
completada la figura se sacudió y salió por la puerta hacia la escalera.
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