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martes, 1 de abril de 2014

ROBERTO BAÑOS VILLALBA: Reproducción




REPRODUCCIÓN

Llevaba un gran rato dentro del coche observando la movida.

Era una calle céntrica y relativamente bien iluminada. Unas mujeres de “vida fácil” atendían solícitamente a los conductores que paraban a su altura. Ellas metían la cabeza hacia el conductor y hablaban con él. En caso de ponerse de acuerdo, entraban acto seguido en el interior del coche y desaparecían de la escena.

Pensaba en la cantidad de hembras guapas y exuberantes que era frecuente ver por estos barrios. Desde luego, nadie diría por su aspecto externo que fueran prostitutas, pero lo cierto es que la invasión de mujeres en el último año era realmente espectacular.

El aspecto que ofrecían era un tanto similar. Morenas de piel, pelo color azabache, ojos oscuros, boca grande, labios carnosos y un cuerpo realmente escultural. Tal vez de otro país. Graciosamente, todas usaban un elemento en común. Llevaban en el tobillo una fina cadenita de oro a guisa de pulsera, que si bien no era cosa peculiar para detectar, no se le había escapado a nuestro observador personaje.


Llegaba la hora de la “canita al aire” que había decidido echar. Jaime eligió la última de las tres mujeres que había en la acera, arrancó el coche y lentamente vio cómo se acercaba a él la figura escogida.

No se había equivocado: de las tres, era la que tenía mejor tipo, y como el resto de compañeras exhibía la cadenita de oro. En ese momento llegó a su altura y paró, dejando el motor en marcha.
-¡Hola guapo! -inquirió la mujer.
-¡Hola! -contestó Jaime (al tiempo que intentaba averiguar, por el tono de voz, su país de origen).

-¿Quieres pasarlo bien?
-¿Y cómo estás segura de que lo pasaré bien? Preguntó casi agónico.

-Porque puedo hacer cosas como ésta -respondió ella- y sin mediar una palabra, introdujo la mitad de su cuerpo a través de la ventanilla del coche y sus grandes labios buscaron los de Jaime para plantar en ellos un apasionado beso.

Cogido por sorpresa, no pudo articular palabra, tan sólo notó como su boca se abría por la presión de la de ella, sintiendo como la lengua penetraba en su boca.

El contacto fue desagradable pues era bastante viscosa y áspera, tan sólo soportada por un sabor dulzón. De repente, sintió como si la lengua de la mujer creciera por momentos y percibió como si una breva llenase su boca impidiéndole respirar.

Al no poder hacerlo, intentó inhalar aire, y aquel bulto pasó rápidamente a través de su tráquea como si fuese una bocanada de humo, hasta su estómago.

Todo ocurrió en un instante que apenas le dejó pensar en lo que pasaba. Cuando se medio percató, la maciza mujer estaba ya de pie en la acera. Se sentía tan turbado y confuso que instintivamente y sin decir palabra, metió la primera y rápidamente se alejó del lugar.

 Jaime abrió poco a poco los ojos y se llevó la mano a la frente. Veía borroso y sentía dolor en la sien derecha. Oyó una conversación en voz baja y se quedó quieto, intentando escucharla.
Su tía hablaba con un señor que guardaba un fonendoscopio en un maletín.

-Mire doctor. La vecina me llamó porque vio la puerta del apartamento de mi sobrino abierta, se asomó y le encontró tendido en el suelo sobre un charco que en principio pensó que era sangre, pero que afortunadamente no fue así. Me presenté enseguida y entre las dos lo acostamos y limpiamos el suelo en espera de que Ud. llegase, pensando:
-¿Habrá sido algún corte de digestión?.
-¿Estaba borracho mi sobrino?.
-¿ un infarto?.

Ya ahora, estoy más tranquila pensando que en un par de días estará como nuevo. Gracias por todo, ya le tendré informado de su evolución.

Le despidió en la puerta y regresó a la cama de Jaime.

¡Vaya susto que me has dado Jaime! -le dijo cariñosamente-, estarás bueno pronto, según me dice el doctor, ahora descansa y yo te arreglaré mientras la casa. Procura dormir y no te preocupes de nada.

Jaime inclinó dulcemente la cabeza y mientras ésta caía hacia el lado de la puerta, sus ojos, ya invadidos por un sopor previo al sueño, se pararon en una gran mancha que había en medio de la habitación con signos de haber sido quitada no mucho antes. Su cerebro no le señaló nada anormal y sus párpados se cerraron ya que se sumergía en un profundo sueño.

Tal vez si su consciencia se lo hubiese permitido, cuando llegó a su casa tambaleándose y le sobrevino aquel vómito que dio con su cuerpo en el suelo, perdiendo el sentido, habría quedado helado de miedo al ver cómo, de aquel charco de restos y babas, emergía una bola que se fue agrandando hasta alcanzar una altura de casi un metro setenta y cinco, y una vez erigido, se moldeó hasta convertirse en una figura de mujer: morena de piel, pelo azabache y ojos oscuros, de boca grande y cuerpo escultural, y que curiosamente llevaba una cadenita de oro en el tobillo.


Una vez completada la figura se sacudió y salió por la puerta hacia la escalera.





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