ROBERTO BAÑOS VILLABA
EXPERIENCIA
PROHIBIDA
Acababa de
terminar la huelga de transportistas que había sumido a la ciudad en un estado
de verdadero deterioro y carente de los más alimentos básicos con la
consiguiente psicosis colectiva, ya que algunas fábricas habían tenido incluso
que cerrar sus puertas.
También había
acabado la huelga de taxis de la gran ciudad, que había producido un caos no
sólo a los propios habitantes de la urbe, sino también a los turistas y
foráneos que no tomaron a tiempo sus aviones, trenes, etc., para presentarse en
sus casa s o trabajos habituales.
Se habían
perdido citas importantes, negocios a punto de cerrar, ingresos de última hora,
que significaban recargos, embargos, etc., cuando sucedió.
En esta
ocasión, los Hoteles y Restaurantes de la gran ciudad hicieron huelga general,
absoluta y salvaje. Las 20.000 camas que se tenían censadas como útiles y los
35.000 establecimientos entre restaurantes, bares y cafeterías, dejaron de
funcionar.
Por cualquier
lugar de la ciudad, deambulaban cientos de personas con equipajes y bultos de
mano como si fueran refugiados. Una vez que las plazas de aviones, trenes y
alquileres de coche se agotaron, quedaba un gran número de personas buscando un
lugar dónde pasar la noche. Mientras tanto, el hambre hizo presa de los
turistas y foráneos, los cuales coincidieron con los oficinistas, bedeles y
funcionarios, que no sólo no pudieron tomar sus bocatas y copas, sino que no
encontraban dónde almorzar.
Era triste
ver a los Diputados salir despavoridos de las Cortes, sin saber a dónde
dirigirse y recurriendo a llamar por
teléfono a los amiguetes para “entrarles de gañote”. Sus señorías estaban
histéricos, no había forma de tomarse ni un whisky, ni un café que les
estimulara, que calmara el frío que sufrían sentados largas horas en sus
escaños.
El Ministro de
Turismo salió al paso de la huelga salvaje, ofreciéndoles no sólo bajar el IVA,
sino también eliminando multitud de impuestos, tanto de su competencia como
municipales. Dejó bien claro desde un principio, que el famoso “Libro de
Policía” ya no sería un obstáculo y prometió firmemente que los proveedores
habituales no subirían los precios de sus artículos al año siguiente (claro que
como los proveedores no estaban allí para certificarlo, se tomó a pura chufla).
Aún así, no
tuvo éxito su empresa, por lo que se vio obligado a dimitir y dejar su puesto a
otro Ministro que fuese tan o más docto que él en la materia.
A la entrada
de un Hotel se veía a una pareja de recién casa dos, rodeados de sus invitados, gesticulando ante la no celebración
nupcial.
En la plaza
principal, los habituales desheredados que allí habitan, se peleaban con
turistas cargados de maletas, disputándose un banco donde pasar la noche.
Las
televisiones tuvieron que acortar sus emisiones y grabaciones al no tener
asegurada la comida de presentadores, y
trabajadores.
Un Congreso
Internacional de más de 1.000 personas fue inmediatamente disuelto y se
dedicaron a instalar a los participantes en casa s particulares.
Las líneas
aéreas y fer rocarriles vieron con sorpresa que los viajeros
cancelaban sus viajes ante las noticias de la huelga.
A la caída de
la tarde una multitud de jóvenes de ambos sexos invadió las calles buscando
cervezas, licores y bebidas con que clamar su sed. La excitación fue en aumento
ante la carencia del preciado y necesario alcohol. Las próximas horas serían de
alerta continua para la policía de la gran ciudad.
Los
ciudadanos una vez acabado su trabajo, y al no poder recalar en los bares
habituales de su barrio, se metían en sus casa s malhumorados y cariacontecidos. El disgusto era general y la
agresividad estaba a flor de piel.
Nadie hubiera
podido imaginar que una huelga así podría desencadenar en una situación límite,
como la que se estaba padeciendo.
Mientras tanto,
los hoteleros y restauradores se ufanaban de su éxito. Por una vez la huelga de
turno no les había afectado: ¡Ellos eran la Huelga!.
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