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jueves, 4 de septiembre de 2014

ROBERTO BAÑOS VILLALBA: Experiencia prohibida.



ROBERTO BAÑOS VILLABA

EXPERIENCIA PROHIBIDA

Acababa de terminar la huelga de transportistas que había sumido a la ciudad en un estado de verdadero deterioro y carente de los más alimentos básicos con la consiguiente psicosis colectiva, ya que algunas fábricas habían tenido incluso que cerrar sus puertas.

También había acabado la huelga de taxis de la gran ciudad, que había producido un caos no sólo a los propios habitantes de la urbe, sino también a los turistas y foráneos que no  tomaron a tiempo  sus aviones, trenes, etc., para presentarse en sus casas o trabajos habituales.

Se habían perdido citas importantes, negocios a punto de cerrar, ingresos de última hora, que significaban recargos, embargos, etc., cuando sucedió.

En esta ocasión, los Hoteles y Restaurantes de la gran ciudad hicieron huelga general, absoluta y salvaje. Las 20.000 camas que se tenían censadas como útiles y los 35.000 establecimientos entre restaurantes, bares y cafeterías, dejaron de funcionar.


Por cualquier lugar de la ciudad, deambulaban cientos de personas con equipajes y bultos de mano como si fueran refugiados. Una vez que las plazas de aviones, trenes y alquileres de coche se agotaron, quedaba un gran número de personas buscando un lugar dónde pasar la noche. Mientras tanto, el hambre hizo presa de los turistas y foráneos, los cuales coincidieron con los oficinistas, bedeles y funcionarios, que no sólo no pudieron tomar sus bocatas y copas, sino que no encontraban dónde almorzar.

Era triste ver a los Diputados salir despavoridos de las Cortes, sin saber a dónde dirigirse y recurriendo  a llamar por teléfono a los amiguetes para “entrarles de gañote”. Sus señorías estaban histéricos, no había forma de tomarse ni un whisky, ni un café que les estimulara, que calmara el frío que sufrían sentados largas horas en sus escaños.

El Ministro de Turismo salió al paso de la huelga salvaje, ofreciéndoles no sólo bajar el IVA, sino también eliminando multitud de impuestos, tanto de su competencia como municipales. Dejó bien claro desde un principio, que el famoso “Libro de Policía” ya no sería un obstáculo y prometió firmemente que los proveedores habituales no subirían los precios de sus artículos al año siguiente (claro que como los proveedores no estaban allí para certificarlo, se tomó a pura chufla).

Aún así, no tuvo éxito su empresa, por lo que se vio obligado a dimitir y dejar su puesto a otro Ministro que fuese tan o más docto que él en la materia.

A la entrada de un Hotel se veía a una pareja de recién casados, rodeados de sus invitados, gesticulando ante la no celebración nupcial.

En la plaza principal, los habituales desheredados que allí habitan, se peleaban con turistas cargados de maletas, disputándose un banco donde pasar la noche.

Las televisiones tuvieron que acortar sus emisiones y grabaciones al no tener asegurada la comida de presentadores,  y trabajadores.

Un Congreso Internacional de más de 1.000 personas fue inmediatamente disuelto y se dedicaron a instalar a los participantes en casas particulares.

Las líneas aéreas y ferrocarriles vieron con sorpresa que los viajeros cancelaban sus viajes ante las noticias de la huelga.

A la caída de la tarde una multitud de jóvenes de ambos sexos invadió las calles buscando cervezas, licores y bebidas con que clamar su sed. La excitación fue en aumento ante la carencia del preciado y necesario alcohol. Las próximas horas serían de alerta continua para la policía de la gran ciudad.

Los ciudadanos una vez acabado su trabajo, y al no poder recalar en los bares habituales de su barrio, se metían en sus casas malhumorados y cariacontecidos. El disgusto era general y la agresividad estaba a flor de piel.

Nadie hubiera podido imaginar que una huelga así podría desencadenar en una situación límite, como la que  se estaba padeciendo.

Mientras tanto, los hoteleros y restauradores se ufanaban de su éxito. Por una vez la huelga de turno no les había afectado: ¡Ellos eran la Huelga!.


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